El 8 de mayo de 1945, hace 70 años, numerosos contingentes del
Ejército Rojo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
tomaron la capital del Tercer Reich, Berlín, terminando prácticamente el
gran conflicto mundial, uno de los episodios más sangrientos de la
historia de la humanidad que dejó un rastro de destrucción y muerte sin
precedentes. Derrotando definitivamente al nazismo, hasta entonces la
cara más reaccionaria del poder imperialista, las fuerzas populares y
antifascistas de todo el mundo, lideradas por la URSS, habían alcanzado
una extraordinaria victoria. Se dieron pasos firmes y enérgicos hacia la
construcción de un mundo nuevo.
Sin embargo, el verdadero gestor de los terribles conflictos que
debastaron el planeta, el vientre que había producido el monstruo nazi,
no fue definitivamente extirpado. El imperialismo se mantuvo vivo y con
prontitud, el horror de las guerras mundiales por repartirse el mundo y
la rapiña continuó desarrollándose, volviéndose más agresivo y
sanguinario.
La Segunda Guerra Mundial fue, hasta hoy, el más brutal conflicto
armado de la historia. En ella perdieron la vida cerca de 47 millones de
personas, además de haber sido arrasadas ciudades enteras,
principalmente en Europa y Asia. Iniciada oficialmente el 1 de
septiembre de 1939, con la invasión de Polonia por parte del ejército
nazi, este nuevo enfrentamiento había sido preparado por las potencias
imperialistas desde el fin de la Primera Guerra Mundial, a mediados de
1918.
En su análisis sobre el imperialismo, Lenin, el gran jefe de la
Revolución Soviética, se expresó así en relación a las guerras en la
etapa imperialista: “Los acuerdos firmados al final de una guerra son el punto de partida de un próximo conflicto“.
La historia confirmó la veracidad de estas palabras más rapidamente de
lo que muchos imaginaban. Europa, 21 años después devastada, volvió a
ser escena de otra sangrienta disputa interimperialista que, sin
embargo, no se limitaba a un solo continente.
A diferencia de la Primera Guerra Mundial, donde la disputa por el
intercambio de las colonias era el único centro de las preocupaciones
imperialistas, en los conflictos de 1939-1945, eran perseguidos dos
objetivos principales: por un lado, los dueños del capital financiero
luchaban desesperada e inmediatamente por el nuevo reparto de las
riquezas mundiales. Por otra parte, los grandes monopolios
internacionales, insatisfechos con el antiguo reparto, estaban
interesados en destruir a hierro y fuego el primer Estado socialista de
la historia, la Unión Soviética.
Tratando de contener la enorme crisis económica y social en la que se
hundían, los mismos contendientes de la Primera Guerra Mundial se
preparaban para una nueva disputa. Las señales de un nuevo y más
terrible conflicto aparecieron en los primeros años de la década de los
20′: el ascenso del fascismo, la forma más cruel de la dominación del
capital financiero sobre los pueblos. Y este fenómeno social propio de
la época del imperialismo tendría un papel decisivo en los
acontecimientos futuros.
Surge el nazi-fascismo
La situación de las potencias imperialistas después de la Primera
Guerra Mundial no era nada alentadora. Devastadas por la destrucción de
los bombardeos, económicamente arruinadas y enfrentando la furia
revolucionaria de los pueblos en sus territorios, esas áreas donde
históricamente se concentraba el poder del gran capital, estaban
gravemente amenazadas en varios países, sobre todo en Italia, Alemania y
Hungría. La revolución socialista de octubre, llevada a cabo a finales
de 1917 por los obreros y campesinos rusos, bajo la dirección del
Partido Bolchevique, se había convertido en el camino de las masas que
luchaban contra la explotación. La nueva revolución retiró de las garras
imperialistas 1/6 del territorio mundial y una población de unos 70
millones de personas.
Había también los vergonzosos tratados impuestos a las naciones
derrotadas en la guerra (como el Tratado de Versalles), que traían
consigo la obligación de pagar a los ganadores fuertes indemnizaciones,
lo que traía más miseria, hambre y desempleo en los países vencidos.
Se dibujaban dos tendencias: la revolución -que avanzaba en medio del
caos en el que se encontraban tales naciones- y las corrientes más
reaccionarias de la burguesía, que se fortalecerían oponiéndose a la
causa popular. Esta última se impuso en la disposición de fuerzas hasta
1942, cuando la defensa de Stalingrado se convirtió en contraofensiva
del Ejército Rojo, creando una “apisonadora” ininterrumpida hasta
Berlín, en 1945. En medio de la crisis sin precedentes en la que se
enredaba, la gran burguesía monopolista de varios países europeos
consiguió organizar una nueva orden para combatir la revolución y formar
coaliciones convertidas en otras, sucesivamente. buscando la división
del mundo que más les convenía, más allá de la disputa por la hegemonía.
Fue Italia, en 1919, quien primero constituyó el sistema
ultraderechista en las nuevas formas de imperialismo. Después de eso, el
modelo fue adoptado por varios Estados “nacionales” como Alemania,
España y Portugal, después Hungría, Bulgaria y Rumanía, y a
continuación, Japón.
El revolucionario búlgaro Georgi Dimitrov, un digerente del
proletariado internacional, en su intervención en el VII Congreso de la
Internacional Comunista en 1935, dijo que el fascismo “es el poder
del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas
terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los
campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es
el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra
los demás pueblos“. Toda la política de los gobiernos fascistas,
de este modo, se vuelve contra su propio pueblo y contra los demás
países, intensificando los conflictos entre las potencias imperialistas y
su resolución por medio de las armas.
El imperialismo lleva a las últimas circunstancias el nacionalismo
burgués y el anticomunismo. Resucita el más desmoralizado misticismo, se
sirve del misticismo y de la demagogia. Busca ayuda en las doctrinas,
teorías e instituciones correspondientes despreciadas por la humanidad.
En medio de la enorme crisis económica/financiera que estalló en el
mundo a partir de 1929, conocida como la “gran depresión”, el fascismo
ganó más terreno y se consolidó como la política preferida del
imperialismo para cargar los costos de su crisis sobre las espaldas de
las masas trabajadoras. En esa época aparece en escena Hitler y su
partido nazi (Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes –
NSDAP) que, apoyado por los principales conglomerados industriales y
financieros alemanes (Krupp, Siemens, Bayer y muchos otros), asciende al
poder en 1933 y pasa a desencadenar violentos ataques contra los
comunistas y los demócratas de ese país para, luego, pasar a amenazar y
agredir a los demás pueblos de Europa. En este clima de tensión mundial y
de agudizamiento de las contradicciones interimperialistas se
desarrolla toda la década de los 30′.
Se prepara la guerra
Incumplimiento de tratados, provocaciones, sabotajes y la firma de
muchos pactos político-militares era la tónica de la década anterior a
la Segunda Guerra Mundial. Algunas de las principales operaciones
bélicas que hicieron acelerar su estallido datan de esta época. Se
pueden destacar dos actos brutales como los más importantes de la época,
anunciando al mundo las intenciones de los colonialistas
nazi-nipo-fascistas:
En 1931 Japón, después de la violenta ola de asesinatos y purgas de
comunistas y demócratas en su país, invade por el norte el territorio de
China, región de Manchuria, estableciendo allí un gobierno títere. Esto
avivó la disputa imperialista por uno de los países más ricos y
poblados de la tierra.
El 27 de enero de 1933, en Berlín, es incendiado el Reichstag
(parlamento alemán) por elementos vinculados al partido nazi, que
inmediatamente utilizó tal acto para iniciar una sangrienta persecución a
las fuerzas populares alemanas y consolidar el régimen de terror que
había tomado el poder en aquel país.
Debido a esto, se intensificó el rearme de los ejércitos de todo el
mundo. Llendo más lejos con su política belicosa, las principales
potencias imperialistas llevaron a cabo pequeños ataques destinados a
construir un escenario internacional favorable a sus planes: además de
la invasión de Manchuria y de la masacre contra la población china
perpetrada por los japoneses, los fascistas alemanes e italianos
financiaron y apoyaron a los ejércitos reaccionarios del español
Francisco Franco, que aplastó -a pesar de la heroica resistencia del
pueblo de España- la reciente República instaurada en este país en el
año 1936. Italia, en ese mismo año, también invade Etiopía y,
finalmente, la Alemania de Hitler se apodera de la región de los
Sudetes, presionando después a los gobiernos de Inglaterra y de Francia
para, en 1938, invadir Checoslovaquia, en una acción ratificada en el
vergonzoso episodio conocido como “Acuerdo de Munich“, celebrado entre Chamberlain, Daladier y Hitler, los jefes de Estado de los tres principales países europeos.
Sin tomar ninguna acción concreta contra la desenfrenada expansión
nazi, las demás potencias imperialistas tomaron claramente posición a
favor de una nueva guerra. Apaciguando a Hitler, facilitaban el rearme
de la Wehrmacht y la finalización de los preparativos político-militares
de Alemania que, creían, en el caso de una guerra próxima llevaría sus
cañones principalmente contra la Unión Soviética, aniquilándola. La
destrucción de este país, en la época de la patria internacional de los
trabajadores, era de interés de todo el mundo capitalista. Sin embargo,
las previsiones imperialistas estaban parcialmente erradas.
Se enfrentan las coaliciones
El 1 de septiembre de 1939, continuando su expansión, los nazis
invaden Polonia. Inmediatamente, Inglaterra y Francia le declaran la
guerra, iniciando un conflicto que durará seis años e implicará de modo
directo a 72 países, divididos entre las dos principales coaliciones
militares: de un lado el Eje, con los fascistas de Alemania, Italia y
Japón al frente; y del otro, los Aliados, integrados por Inglaterra y
Francia, en un principio, y después también por la Unión Soviética y EE.UU..
Infinitamente mejor equipadas y entrenadas para la guerra que sus
primeros rivales, las fuerzas del imperialismo alemán comienzan el
avance sobre Europa a una velocidad y violencia hasta entonces
desconocidas. Adoptando como estilo militar la blitzkrieg (guerra
relámpago), los nazis invaden y saquean -en pocos meses- los territorios
de Hungría, Bulgaria, Rumania, Francia, Holanda y Bélgica,
estableciendo allí gobiernos colaboracionistas. Sólo Inglaterra no había
sido sitiada, pero sufría con el bombardeo de sus ciudades.
El trabajo de la quinta columna, una asociación entre los agentes
nazis y traidores de varios países, fortaleció el avance del
imperialismo alemán. La Gestapo había comprado un sin número de
traidores distribuidos en puestos clave de los gobiernos en los países
que pretendía ganar militarmente, minando la capacidad de resistencia
adversaria. Con estos artifícios fue conquistada la parte occidental de
Europa, la cual el Alto Mando alemán denominó “Fortaleza Europa“.
Solamente después de haber destruido las potencias europeas en su
retaguardia, fue cuando los imperialistas alemanes decidieron cambiar el
centro de gravedad de la guerra hacia el frente oriental, en dirección a
la URSS, y ocupar allí un inmenso territorio sin tener que compartirlo
con competidores. Los nazis esperaban encontrar un país debilitado e
inmerso en luchas internas, presa fácil para sus divisiones sangrientas.
Ataques a la URSS
En la primera fase de la guerra (septiembre de 1939 a junio de 1941)
los nazis no encontraron adversarios a la altura en Europa.
Sorprendieron también a Dinamarca, Noruega, Yugoslavia y Grecia, además
de instalarse durante algún tiempo en el norte de África. Sus tropas de
ocupación controlaban una inmensa franja de tierra, nuevas colonias,
cuyos pueblos el Reich esclavizaba para su industria de guerra. Faltaba
la conquista de la Unión Soviética, enemiga acérrima del fascismo y
poseedora de una infinidad de riquezas humanas y materiales que
interesaban a las corporaciones alemanas.
Los nazis pensaban que las potencias mundiales ya habían infligido a
la URSS suficientes glopes diplomáticos y económicos llevándola al
debilitamiento y al aislamiento. Aún así, el 14 de diciembre de 1939,
los soviéticos son expulsados de la Liga de las Naciones y casi todos
sus diplomáticos regresaron a su país de origen. También en 1940,
Finlandia, estimulada por la reacción internacional, viola la frontera
rusa y pasa a realizar provocaciones, creando en la escena internacional
un clima propicio para constantes agresiones contra la patria
socialista.
Hitler esperaba sorprender a los soviéticos y conquistar Moscú en
pocos meses. Sin embargo, cuando el gobierno soviético aceptó firmar el
pacto germano-soviético de no agresión, neutralizaron momentáneamente
las intenciones del Reich, tiempo suficiente para llevar a una gran
cantidad de trabajadores y fábricas al interior de las líneas defensivas
más alejadas, garantizando el desarrollo de las bases materiales de la
resistencia. Frustrando los planes de los agresores, los pueblos de la
Unión Soviética y el Ejército Rojo se convirtieron en poderosos enemigos
del bloque nazi-fascista y de los posibles ataques combinados de otras
potencias. Para la desesperación de los imperialistas en general, los
intentos de infiltración, espionaje y terrorismo dirigidos contra el
pueblo soviético, sus fuerzas armadas y la industria socialista
soviética fracasaron. La quinta columna contrarrevolucionaria en Rusia
fue detectada por el pueblo y destruída a tiempo, al contrario de lo que
ocurrió en Francia y en otros países europeos.
Defensa y contraataque soviético
La invasión de la URSS se lleva a cabo el 22 de junio de 1941, cuando
Alemania rompe el acuerdo de no agresión, sin declaración de guerra, y
abre, al este, su más amplio frente. A pesar de algunos éxitos iniciales
conseguidos en territorio soviético, las tropas de Hitler son obligadas
a disminuir la marcha ante la resistencia soviética. Para detener el
avance del enemigo, que había concentrado en el frente oriental más de
la mitad de sus efectivos -cerca de 4 millones de soldados entre
alemanes y aliados del Eje, equipados con el grueso de los tanques y
aviones de la Wehrmacht- los soviéticos combinaron diversas formas de
lucha dentro de la estrategia general.
Las líneas de defensa del territorio en la URSS fueron colocadas una
detrás de la otra, de manera concéntrica, a diferencia de lo que ocurrió
en Europa, deteniendo el rápido avance deseado por el enemigo. El
Ejército Rojo y el pueblo organizaron la retirada al oeste del país,
tomando todo lo que pudiese ser utilizado en la guerra e incendiando los
equipos restantes, entregando a los nazis el control de las zonas casi
inútiles. La retirada combinaba la acción de la guerrilla (los
vengadores del pueblo) en las regiones controladas por los alemanes.
Fustigamentos y sabotajes constantes y eficientes, inmovilizaban a
innumerables soldados nazis en su propia retaguardia.
Los fascistas alemanes, en cuatro meses, alcanzaron grandes regiones
soviéticas. Ciudades importantes como Sebastopol, Odessa, Kiev, Minsk y
Novgorod cayeron en poder de los nazis, además de Leningrado,
completamente cercada. A costa de inmensas pérdidas, los nazis llegaron
hasta las afueras de la capital de Moscú en noviembre de 1941. Allí,
avistando la ciudad, las tropas invasoras fueran bloqueadas por una
resistencia que jamás se habían encontrado. Incluso bajo los bombardeos
intermitentes, las fuerzas del Ejército Rojo y los civiles moscovitas
defendieron Moscú con tal audacia que transformaron la ofensiva nazi en
una retirada desesperada, casi estampida general. Así fue la primera
derrota de la blitzkrieg.
Viraje histórico
La defensa de Moscú marcó definitivamente el curso de la lucha contra
el nazi-fascismo. Millones de personas en el mundo entero esperaban
expectantes el resultado de esta batalla, especialmente en los países
que vivían bajo el dominio nazi. A partir de la victoria soviética en
este frente, los combates cobraron un nuevo impulso. Las futuras
victorias de los pueblos contra las fuerzas de agresión alemanas,
japonesas e italianas ya se podrían contemplar, aunque todavía
distantes. Incluso contando con una espectacular máquina de exterminio, y
disfrutando de una posición extremadamente privilegiada en el escenario
de guerra, el Alto Mando de las fuerzas alemanas comenzó a sentir los
primeros y destructivos golpes. Hitler no lograba alcanzar sus dos
objetivos principales en suelo soviético -conquistar Moscú y Leningrado,
los centros del país- y permanecía en sus primeras posiciones,
fustigado constantemente. Al norte de África, las tropas británicas
vencían al África Korps, comando especial de las SS (tropas de élite
alemanas) que había conquistado parte de Egipto y países vecinos. La
inesperada entrada de los EE.UU. en la guerra contra el Eje se constituía en otra victoria de la diplomacia y ejército soviéticos.
A los nazis sólo les quedaba la posibilidad de romper la defensa
soviética con un mayor y más devastador ataque, esta vez en el frente
sur, hacia el río Volga, en cuyas orillas se encontraban importantes
centros petrolíferos como Baku, Grósni y Stalingrado que, además de
ricas en combustibles, ofrecían movimientos estratégicos para el frente
de Moscú.

Así, la conquista de Stalingrado se convirtió en una cuestión decisiva para los dos contendientes. Cerca de dos millones de soldados de ambos bandos se concentraron en la ciudad, que, en aquella época, tenía una población de 600.000 personas.
A pesar de la superioridad técnica nazi, Stalingrado no cayó y se
convirtió en la mayor hazaña militar de toda la historia de las guerras.
Negándose a ceder un palmo de tierra de la ciudad, los soviéticos
desarrollaron una resistencia hasta tal punto activa que, al final,
avanzaron en dirección al 6º ejército nazi, imponiendo una derrota sin
precedentes a las fuerzas nazis. El 31 de enero de 1943, después de
firmar la capitulación alemana en este frente por el mariscal de campo
Von Paulus, nadie más tenía dudas de que un sensacional viraje histórico
se estaba llevando a cabo durante la guerra.
La “Apisonadora”
La defensa activa se convirtió en una contraofensiva general en todos
los frentes. Un avance de tropas que el mundo maravillado llamaba
Apisonadora. Los poderosas conquistas soviéticas en su Guerra
Patriótica, desde el frente oriental, empujó a las fuerzas nazis cada
vez más adentro de su propio territorio. Repelido el ataque a la ciudad
de Kursk, en la llamada Operación Ciudadela, el Ejército Rojo pasó a
tomar la iniciativa en los combates y a concentrar un aparato militar
siempre mayor, liberando al final de cada batalla, pueblos y aldeas
anteriormente ocupadas por los fascistas. En un espacio de seis meses,
fueron reconquistadas las ciudades de Oriol, Belgorod, Kiev -la capital
ucraniana-, entre otras. El 14 de enero 1944 fue liberada Leningrado
después de 900 días bajo asedio alemán. En julio, los libertadores
soviéticos llegan a Polonia, y con los patriotas polacos liberan
Varsovia.
El avance del ejército dirigido por el proletariado revolucionario
alcanza las tierras del este europeo y, en cada ciudad y país que se
liberaba, surgían levantamientos populares que desembocaban en el
establecimiento de regímenes democráticos. Polonia, Rumania, Yugoslavia,
Albania, Bulgaria y Hungría fueron, después de su liberación,
transformándose en Democracias Populares. Los gobiernos
colaboracionistas de estos países caían de uno en uno frente al
proletariado armado, convirtiéndose en ciudadelas antifascistas.
El otro lado de Europa
A medida que la guerra tomaba otro rumbo en el frente
germano-soviético, en la parte occidental de Europa el dominio
nazi-fascista perdía sus fuerzas. En Italia, Francia y Grecia,
principalmente, las masas populares desarrollaron poderosos movimientos
guerrilleros, los cuales minaron el dominio alemán a través del
aniquilamiento de oficiales de la Wehrmacht, del sabotaje de la
producción bélica, en el corte de las líneas de suministro, etc.
Los partisanos, nombre dado a los guerrilleros antifascistas en estos
países, protagonizaron escenas de heroísmo y decisiva importancia en la
liberación de sus patrias. En los levantamientos de masas que tuvieron
lugar en París y Roma en 1945, por ejemplo, el comando de operaciones de
aniquilación del fascismo ayudó a estos grupos revolucionarios,
combinando sus acciones con el movimiento de las divisiones aliadas a
las puertas de las ciudades. Los ejércitos aliados al Ejército Rojo de
la Unión Soviética llegaron al continente europeo el 6 de junio de 1944,
fecha conocida como el Día D, en el desembarco de 100.000 hombres en el
norte de Francia, región de Normandía, para participar en los últimos
enfrentamientos.
En los meses finales de 1944, el avance de los Aliados en suelo
francés, permitió acorralar a los ejércitos fascistas en sus últimos
reductos. En Italia, las fuerzas angloestadounidenses y los guerrilleros
consiguieron derrotar el fascismo, incluso estos últimos capturaron “Il
Duce” Benito Mussolini, fusilándolo. En sus antiguas posiciones en
Occidente, antes tan favorables, los alemanes apenas resistieron los
primeros ataques de las fuerzas de la coalición antifascista -incluyendo
aquí al contingente brasileño de la FEB (Fuerza Expedicionaria
Brasileña)- y poco a poco fueron vencidos, encarcelados y perseguidos
dentro de sus fronteras. El año 1945 marcaba el final del anunciado
Reich de mil años que, por todos los lados, se veía rodeado.
La victoria final
Una a una las ciudadelas alemanes y japonesas (las únicas que
quedaban del imperio fascista) fueron golpeadas en el centro de Europa y
Asia. En China, el Frente Único Antijaponés, dirigido por el Partido
Comunista de Mao Tse-tung, conseguía espectaculares victorias. Casi todo
el país fue liberado de la tiranía colonial nipona, incluso antes de
los combates finales en Europa. En el frente alemán, las tropas del
Ejército Rojo sitiaban ciudades y regiones enteras desde el este, y
entreban en Berlín a principios de mayo. Después de encarnizados
combates con las últimas divisiones nazis, la toma de posesión completa
de la capital alemana se produjo casi simultáneamente con la entrada en
los suburbios, al oeste de la ciudad, de las fuerzas
anglo-estadounidenses. El 8 de mayo, los nazis, completamente batidos,
firmaban su capitulación incondicional, cesando inmediatamente las
hostilidades. Estaba consagrada la lucha del pueblo de la URSS y de las
demás masas populares oprimidas por el fascismo, en otras partes del
mundo. En las diversas batallas, se perdió mucho. Millones de muertos y
una legión de mutilados permanecerían como el saldo de la guerra, pero
el imperialismo sería golpeado para siempre: aunque su fin no hubiese
llegado en las luchas de la Segunda Guerra Mundial. Los pueblos de todo
el mundo habían aprendido -por el ejemplo imperecedero de la Unión
Soviética- que no importa la ferocidad y el aparente poderío del
enemigo. Las masas obreras todo los pueden vencer.
Acta de capitulación militar
1.- Los abajo firmantes, en nombre del Alto Mando Alemán, aceptamos
la capitulación sin condiciones de todas nuestras fuerzas armadas de
tierra, mar y aire y de todas las fuerzas que están, en este momento,
bajo el mando alemán, ante el Alto Mando del Ejército Rojo y el Alto
Mando de las fuerzas expedicionarias aliadas.
2.- El Alto Mando alemán dará inmediatamente órdenes a todos los
comandantes alemanes de las fuerzas de tierra, mar y aire, así como a
todas las fuerzas subordinadas al mando alemán, de cesar las operaciones
a las 23:01 del 8 de mayo de 1945, hora de la Europa central y de
permanecer en los lugares donde se encuentren en ese momento, deponer
las armas, entregar el armamento y el equipo militar a los comandantes
de las tropas aliadas del lugar, o a los oficiales designados por los
representantes del Alto Mando aliado; no destruir y no dañar barcos,
buques y aviones, sus motores, cascos y equipos, así como máquinas,
armas, dispositivos y medios técnico-militares de conducción de la
guerra en general.
3.- El Alto Mando alemán designará inmediatamente los
correspondientes jefes y garantizará el cumplimiento de todas las
órdenes posteriores dictadas por el Alto Mando del Ejército Rojo y el
Alto Mando de las fuerzas expedicionarias aliadas.
4.- Esta acta no será utilizada como impedimento para ser sustituida
por otro documento general sobre la capitulación acordada por las
naciones aliadas o en su nombre y aplicable a Alemania y a las fuerzas
armadas alemanas en general.
5.- Si el Alto Mando alemán o cualquiera de las fuerzas armadas
subordinadas a él no actuaran de acuerdo a la presente acta de
capitulación, el Alto Mando del Ejército Rojo, así como el Alto Mando de
las fuerzas expedicionarias aliadas emprenderan medidas punitivas u
otras acciones que consideren apropiadas.
6.- La presente acta está en ruso, inglés y alemán. Sólo son auténticos los textos en ruso e inglés.
Firmada el 8 de mayo de 1945, en Berlín.
En nombre del Alto Mando alemán:
Keitel, Friedeburg, Stumpff
Keitel, Friedeburg, Stumpff
Presentes:
A cargo del Alto Mando del Ejército Rojo,
Mariscal de la Unión Soviética,
G. Zhukov
A cargo del Alto Mando del Ejército Rojo,
Mariscal de la Unión Soviética,
G. Zhukov
A cargo del Alto Mando de las fuerzas expedicionarias aliadas,
Mariscal de Aviación,
W. Tedder
Mariscal de Aviación,
W. Tedder
Presenciaron la ceremonia de firmas, como testigos:
El comandante de las fuerzas aéreas estratégicas norteamericanas,
C. Spaatz
El comandante de las fuerzas aéreas estratégicas norteamericanas,
C. Spaatz
El comandante en jefe del ejército francés,
J. Latre de Tassigny
J. Latre de Tassigny

